La emoción es un mensajero.
En nuestra mente existen muchas voces, todas crean un
mundo imaginario, nos dan una percepción inventada, excepto una que nos
muestra un mundo real.
A la voz que obedecemos le ofrecemos nuestra vida. Y
sabemos si escuchamos a la voz que nos cuenta la verdad por cómo nos sentimos.
¿Cómo me siento? Con esta pregunta te tomas el pulso para
saber a qué voz estás escuchando.
Da igual si estás apático o furioso, si tienes un ligero
malestar o estás profundamente deprimido, no existen niveles, en todos los
casos estás escuchando una voz falsa. No es necesario dejar de oír las voces
falsas, sólo identificarlas como tales y no creerlas.
Cuando te sientes en paz, ligero y expandido, es que
escuchas a la verdad y no das credibilidad a las demás voces.
Cuando se muestren las emociones no las temas. Ellas te
dan información, te indican qué voz crees. Cuando sientes te das cuenta de por
dónde anda tu vida. Por eso es necesario tomarse el pulso constantemente -¿cómo
me siento?-. De las voces no verdaderas de mi mente, ¿a cuál estoy dando
crédito?
La unidad y el amor son lo único que proviene de la voz
verdadera. Es un sentimiento de expansión, de ser grande, de abrazarlo todo. Si
te sientes de un modo bello y armonioso, en paz y dicha, estás escuchando la
voz de Dios.
Cuando el ego deja paso al amor todo en el mundo se tiñe de
esta cualidad. Entonces, a las emociones que vienen del ego simplemente las
observas y las vives, sin creértelas.