Todo lo que tenemos que resolver en este mundo es
cuestión de fe. Todo, ya que aunque parezca que las causas de nuestros
conflictos son diferentes siempre se trata del mismo problema. Todo es un problema
de fe, y no hay nada que la fe no pueda resolver. Con tus recursos no puedes,
porque tú eres parte del problema, cualquier solución es parte del escenario
del problema.
La fe es un misterio. Es un mantenerse en el no saber. Es
el enlace entre lo conocido y lo desconocido. Es el poder creativo de la mente utilizando
sus recursos espirituales. No es lo mismo que la confianza. La confianza es corroborar
con nuestra coherencia lo que hemos experimentado como real –como cuando
compruebas que el entrenamiento funciona-. La fe es otra cosa.
Todo el mundo tiene la misma fe, pero hay quien usa el
poder de la creatividad para hacer una guerra, y quien lo usa para pintar un
cuadro. Todos tenemos fe en unas cosas u otras. No se trata de un concepto
religioso. Sin fe no podemos crear, y creamos nuestra vida mediante nuestra fe
-en algo que creemos que nos dará un resultado determinado-. Con esta fe
confirmamos, atestiguamos, que nuestras creaciones –nuestra vida- son reales.
Si es mental no es fe. La fe es un salto al vacío, un
acto de desesperación. La fe es confiar en lo desconocido. No tenemos prueba de
ello. Es una cualidad no mental (al contrario que la confianza). Es tirarse al
abismo con miedo.
Cuando uno está inspirado está en un estado de fe
permanente. La fe tiene más fuerza cuanto más confío en lo desconocido. No depende
de mí. Se trata de un “Dios puede” –no mental-, o de un “Lo
dejo en Tus manos”.
La fe no se pone a prueba externamente. Tu mente no logra
nada poniendo a prueba lo desconocido. El amor será la prueba. Los resultados de tu fe son
las pruebas de tu fe. El hecho de querer comprobar la prueba demuestra que no
es un acto de fe. Si tú mismo te dices: “me voy a tirar por el acantilado para ver
si tengo suficiente fe” ya te has respondido. Con el entrenamiento podemos
discriminar cuándo hacemos las cosas desde un lugar o desde otro, si estamos
eligiendo desde la fe en la voluntad/palabra de Dios o la fe en el mundo/ego. Sin este discernimiento
estamos viviendo y experimentando las elecciones de una forma inconsciente.
La fe y el amor van a atestiguar que estamos haciendo lo
que tenemos que hacer al no hacer nada. Esto sucede por sí solo. Sigues el
entrenamiento y después discriminas o reconoces los frutos, hasta que todo se
convierta en un acto de fe. La fe se te concede, no depende de ti –como el
perdón-. Con lo poco que
sabes el Espíritu santo te enseña lo que no sabes. Enlaza la mente
inferior –personal- y la superior –alma-. En el rezo invocamos la fe de la mente superior. Se obra
un milagro a través de la fe –la oración nos conecta con la necesidad del
milagro, y el milagro es el perdón.
Cuando vives en el
ego justificas tus decisiones, que a veces han sido tomadas desde la mente
correcta y a veces no. La pregunta te lleva al ego, es el problema: si no sabes
mantener el silencio en el “no sé” vas a darte una explicación.
Puedes elegir de nuevo y poner la fe al servicio del ego
o del amor. Esto te salva permanentemente, hace que no te respondas y no saltes
al acantilado para ver si tienes fe. No puedes juzgar. No te respondas –darte
una explicación te devuelve al ego-. Te puedes mantener en la fe cuando sabes
que tu elección es desde un lugar en el que no sabes. Si no sabes algo oyes la
respuesta.
Nosotros no estamos decidiendo nada. Dentro de nuestra
mente superior algo nos guía. Nos entregamos a eso por la confianza en algo que
no podemos tomar –en el momento en que lo tomamos se disuelve. En el momento en
que hacemos del misterio de la fe algo para manipular ya está en otra
dimensión.
La fe en el amor no busca lograr nada. Porque el
resultado del amor es el amor. El amor es lo desconocido. En el momento en que
lo hacemos conocido lo soltamos.
El curso no trata de explicar la vida, sino de que
aprendamos a no pedir nada más que el amor –una visión o experiencia-. Si
abrimos los ojos con Jesús en cualquier
situación de la vida veremos el amor en todo. Si la situación se transforma o
no, no nos incumbe. A cada momento en que te das cuenta de que no estás
viviendo el amor Jesús te dice que si miras con Él verás que todo es amor. Si
interpretas con Jesús ves que todo es amor –en un ofrecimiento o en un pedido.
El curso es un atajo. Jesús te lleva para que la
pesadilla –el mundo- se convierta en un sueño feliz. Notarás que tu mirada
cambia y se convierte en algo que no podías ni imaginar. Convocas una mirada de
amor. El amor del que habla Jesús es una interpretación deslumbrante de la
realidad. Las dudas desaparecen y dejas de sufrir –parece que sufres pero te
das cuenta enseguida de que no-. Es como estar en un teatro, estamos dentro de
nuestra construcción, interpretando un personaje. Y el sufrimiento forma parte
de nuestra construcción.
No quieres dejar de sufrir porque el ego ocupa un lugar
en el organigrama de la vida que has construido. Cuando ves que quieres seguir
sufriendo puedes decidir dejar de sufrir. ¿Cómo? Mirando con amor la vida.
Mirando con tu mirada fija no vas a conseguirlo.
El ser humano puede estar en este planeta y ser feliz. La
plenitud existe, es algo verdadero y continuo. El amor verdadero es un hilo que
continúa.
Jesús dice: “si yo ya lo he hecho y estamos unidos en la
mente es como si lo hubieras hecho tú”. Los hallazgos de otro son como tuyos. Todos
vamos a volver al uno, pero para ahorrar tiempo hacemos el curso. Pedimos el
milagro de ver: que la mente pueda procesar la información convenientemente.
Nuestros errores reconocidos son puertas, al desvelarlos
nos iluminan. Si no los reconocemos son sufrimiento. El reconocimiento de los
propios errores trae compasión y humildad. Ver tu falta de conciencia, el
sufrimiento que eso te trajo a ti y a otros, te da una lección de humildad. Verlo
te une a todos los demás. Pero ver tus errores con el ego es fatal. Vas a pagar con culpa y no te hacen más
sabio sino más resentido. Si ves los errores con el Espíritu santo te
conviertes en más sabio, compasivo y bello. Mediante el curso liberamos la
culpa en el amor de Dios. ¿Cuántos años estás dispuesto a sufrir para compensar
todos los errores? Pensamos que el remedio es el sufrimiento, estamos
equivocados en el remedio.
El mundo se salva a través de tu mirada si puedes verlo
con la mirada del amor. Se hace solo, no hay trabajo. Tú pides
el milagro de que se haga. La gracia del amor no la trabajamos ni hacemos, sólo
la pedimos. Pedimos poder realizar el amor, y se realiza en la vida y en ti. Es
un obstáculo pretender hacer y conseguir la perfección. Deja la ansiedad del querer hacer. No lo vas a
hacer. Sólo tienes que reconocer tu error y pedir el milagro. Y soltar.
El curso es un atajo, no un laberinto. Si sientes que
estás en un laberinto, con esfuerzo y trabajo, no es por ahí. Te está llevando
el ego, enredándote. El amor no es un esfuerzo. No hay que hacer nada, sólo
rendirse. Pides el milagro de la visión, y cuando llega ves que era fácil.
El curso, o la vida espiritual, es para que lo que te
pasa te dé igual, no para que no te pase. Es el milagro. Le pides al Espíritu
santo que lo use para sus fines –es la creatividad que convierte cualquier cosa
en algo útil i bello-. Y tu psique aprende que no le tienes miedo a la vida
porque eres un Hijo de Dios. Si te preguntas “¿por qué”?, “¿qué he hecho mal?”,
te responde primero el ego.
Cuando pensamos si el amor nos servirá para algo no
estamos en el amor. Dile a la vida: “aquí estoy para que me vivas”. Ábrete a
la vida y la vida te sorprenderá. No te puedes imaginar lo que será tu vida si
te abres al amor –si te lo imaginas lo estrechas-. En el momento en el que dices: “no me importa”…viene todo. La
vida tiene más imaginación que tú.
Éste no es un lugar para perfectos, es un lugar para
amantes. Pide al Espíritu santo que te diga qué hacer. Es muy inspirador que la
vida te fluya y no que tú la organices. ¿Te atreves a que la vida te fluya?