domingo, 29 de enero de 2012

La fe


Todo lo que tenemos que resolver en este mundo es cuestión de fe. Todo, ya que aunque parezca que las causas de nuestros conflictos son diferentes siempre se trata del mismo problema. Todo es un problema de fe, y no hay nada que la fe no pueda resolver. Con tus recursos no puedes, porque tú eres parte del problema, cualquier solución es parte del escenario del problema.

La fe es un misterio. Es un mantenerse en el no saber. Es el enlace entre lo conocido y lo desconocido. Es el poder creativo de la mente utilizando sus recursos espirituales. No es lo mismo que la confianza. La confianza es corroborar con nuestra coherencia lo que hemos experimentado como real –como cuando compruebas que el entrenamiento funciona-. La fe es otra cosa.

Todo el mundo tiene la misma fe, pero hay quien usa el poder de la creatividad para hacer una guerra, y quien lo usa para pintar un cuadro. Todos tenemos fe en unas cosas u otras. No se trata de un concepto religioso. Sin fe no podemos crear, y creamos nuestra vida mediante nuestra fe -en algo que creemos que nos dará un resultado determinado-. Con esta fe confirmamos, atestiguamos, que nuestras creaciones –nuestra vida- son reales.

Si es mental no es fe. La fe es un salto al vacío, un acto de desesperación. La fe es confiar en lo desconocido. No tenemos prueba de ello. Es una cualidad no mental (al contrario que la confianza). Es tirarse al abismo con miedo.

Cuando uno está inspirado está en un estado de fe permanente. La fe tiene más fuerza cuanto más confío en lo desconocido. No depende de mí.  Se trata  de un “Dios puede” –no mental-, o de un “Lo dejo en Tus manos”.

La fe no se pone a prueba externamente. Tu mente no logra nada poniendo a prueba lo desconocido. El amor será la prueba. Los resultados de tu fe son las pruebas de tu fe. El hecho de querer comprobar la prueba demuestra que no es un acto de fe. Si tú mismo te dices: “me voy a tirar por el acantilado para ver si tengo suficiente fe” ya te has respondido. Con el entrenamiento podemos discriminar cuándo hacemos las cosas desde un lugar o desde otro, si estamos eligiendo desde la fe en la voluntad/palabra de Dios o  la fe en el mundo/ego. Sin este discernimiento estamos viviendo y experimentando las elecciones de una forma inconsciente.

La fe y el amor van a atestiguar que estamos haciendo lo que tenemos que hacer al no hacer nada. Esto sucede por sí solo. Sigues el entrenamiento y después discriminas o reconoces los frutos, hasta que todo se convierta en un acto de fe. La fe se te concede, no depende de ti –como el perdón-. Con lo poco que sabes el Espíritu santo te enseña lo que no sabes. Enlaza la mente inferior –personal- y la superior –alma-. En el rezo invocamos la fe de la mente superior. Se obra un milagro a través de la fe –la oración nos conecta con la necesidad del milagro, y el milagro es el perdón.

 Cuando vives en el ego justificas tus decisiones, que a veces han sido tomadas desde la mente correcta y a veces no. La pregunta te lleva al ego, es el problema: si no sabes mantener el silencio en el “no sé” vas a darte una explicación.

Puedes elegir de nuevo y poner la fe al servicio del ego o del amor. Esto te salva permanentemente, hace que no te respondas y no saltes al acantilado para ver si tienes fe. No puedes juzgar. No te respondas –darte una explicación te devuelve al ego-. Te puedes mantener en la fe cuando sabes que tu elección es desde un lugar en el que no sabes. Si no sabes algo oyes la respuesta.
                                                                                                                               
Nosotros no estamos decidiendo nada. Dentro de nuestra mente superior algo nos guía. Nos entregamos a eso por la confianza en algo que no podemos tomar –en el momento en que lo tomamos se disuelve. En el momento en que hacemos del misterio de la fe algo para manipular ya está en otra dimensión.

La fe en el amor no busca lograr nada. Porque el resultado del amor es el amor. El amor es lo desconocido. En el momento en que lo hacemos conocido lo soltamos.

El curso no trata de explicar la vida, sino de que aprendamos a no pedir nada más que el amor –una visión o experiencia-. Si abrimos los ojos con Jesús  en cualquier situación de la vida veremos el amor en todo. Si la situación se transforma o no, no nos incumbe. A cada momento en que te das cuenta de que no estás viviendo el amor Jesús te dice que si miras con Él verás que todo es amor. Si interpretas con Jesús ves que todo es amor –en un ofrecimiento o en un pedido.

El curso es un atajo. Jesús te lleva para que la pesadilla –el mundo- se convierta en un sueño feliz. Notarás que tu mirada cambia y se convierte en algo que no podías ni imaginar. Convocas una mirada de amor. El amor del que habla Jesús es una interpretación deslumbrante de la realidad. Las dudas desaparecen y dejas de sufrir –parece que sufres pero te das cuenta enseguida de que no-. Es como estar en un teatro, estamos dentro de nuestra construcción, interpretando un personaje. Y el sufrimiento forma parte de nuestra construcción.
                                                                                                                                
No quieres dejar de sufrir porque el ego ocupa un lugar en el organigrama de la vida que has construido. Cuando ves que quieres seguir sufriendo puedes decidir dejar de sufrir. ¿Cómo? Mirando con amor la vida. Mirando con tu mirada fija no vas a conseguirlo.

El ser humano puede estar en este planeta y ser feliz. La plenitud existe, es algo verdadero y continuo. El amor verdadero es un hilo que continúa.

Jesús dice: “si yo ya lo he hecho y estamos unidos en la mente es como si lo hubieras hecho tú”. Los hallazgos de otro son como tuyos. Todos vamos a volver al uno, pero para ahorrar tiempo hacemos el curso. Pedimos el milagro de ver: que la mente pueda procesar la información convenientemente.

Nuestros errores reconocidos son puertas, al desvelarlos nos iluminan. Si no los reconocemos son sufrimiento. El reconocimiento de los propios errores trae compasión y humildad. Ver tu falta de conciencia, el sufrimiento que eso te trajo a ti y a otros, te da una lección de humildad. Verlo te une a todos los demás. Pero ver tus errores con el ego es fatal. Vas a pagar con culpa y no te hacen más sabio sino más resentido. Si ves los errores con el Espíritu santo te conviertes en más sabio, compasivo y bello. Mediante el curso liberamos la culpa en el amor de Dios. ¿Cuántos años estás dispuesto a sufrir para compensar todos los errores? Pensamos que el remedio es el sufrimiento, estamos equivocados en el remedio.

El mundo se salva a través de tu mirada si puedes verlo con la mirada del amor. Se hace solo, no hay trabajo. Tú pides el milagro de que se haga. La gracia del amor no la trabajamos ni hacemos, sólo la pedimos. Pedimos poder realizar el amor, y se realiza en la vida y en ti. Es un obstáculo pretender hacer y conseguir la perfección. Deja  la ansiedad del querer hacer. No lo vas a hacer. Sólo tienes que reconocer tu error y pedir el milagro. Y soltar.

El curso es un atajo, no un laberinto. Si sientes que estás en un laberinto, con esfuerzo y trabajo, no es por ahí. Te está llevando el ego, enredándote. El amor no es un esfuerzo. No hay que hacer nada, sólo rendirse. Pides el milagro de la visión, y cuando llega ves que era fácil.

El curso, o la vida espiritual, es para que lo que te pasa te dé igual, no para que no te pase. Es el milagro. Le pides al Espíritu santo que lo use para sus fines –es la creatividad que convierte cualquier cosa en algo útil i bello-. Y tu psique aprende que no le tienes miedo a la vida porque eres un Hijo de Dios. Si te preguntas “¿por qué”?, “¿qué he hecho mal?”, te responde primero el ego. 

Cuando pensamos si el amor nos servirá para algo no estamos en el amor. Dile a la vida: “aquí estoy para que me vivas”. Ábrete a la vida y la vida te sorprenderá. No te puedes imaginar lo que será tu vida si te abres al amor –si te lo imaginas lo estrechas-. En el momento en el que dices: “no me importa”…viene todo. La vida tiene más imaginación que tú.

Éste no es un lugar para perfectos, es un lugar para amantes. Pide al Espíritu santo que te diga qué hacer. Es muy inspirador que la vida te fluya y no que tú la organices. ¿Te atreves a que la vida te fluya?

domingo, 15 de enero de 2012

El sueño del ego


Nuestra estructura psíquica define el sello de nuestra realidad. Nuestro comportamiento es el resultado de nuestra manera de pensar, y siempre justificamos nuestros pensamientos y nuestra experiencia.

Hemos generado unos mecanismos de defensa o amortiguadores psicológicos como formas de sobrevivir en el mundo. Éstos varían según el tipo de personalidad. En la medida en que nos protegemos generamos capas de defensa que, a la vez que nos protegen del mundo, no permiten la sanación de la mente. Nuestros mecanismos de solución –pensamientos- perpetúan el problema, son proyecciones o soluciones mágicas, en términos del curso, que perpetúan los mecanismos del ego. En realidad no hay solución en el nivel del ego -dentro del mundo- porque se ha separado de la fuente. 

La proyección es la forma en que la mente cree expulsar la culpa afuera, lo que hace para no sentirla. La estructura del ego tiene un trasfondo de miedo que nos encauza a sentir culpa o inocencia. Esta polaridad es la forma en que la mente humana está configurada. Para negar nuestra experiencia de culpa usamos la proyección. No podemos sentir toda la culpa que sentimos por miedo a que nos destruya; lo que hacemos es atacar a los demás como forma de supervivencia.  

Detrás de la idea de separación hay miedo. Si no hay amor -unidad- hay miedo. La culpa es el mecanismo de defensa de la mente ante el miedo. La proyectaré hacia fuera o hacia mí mismo. Me ataco también a mí porque creo que mi mente está fuera. El miedo es mi proyección atacándome a mí o al otro. La mente hace una proyección, que es una forma de solucionar desde el ego un problema que yo mismo he generado.

Las adiciones, proyecciones preferidas o patrones se manifiestan en una experiencia humana universal, que según el curso  es miedo, culpa -para no sentir el miedo- y resentimiento -porque ves que estás sufriendo y que no has resuelto nada con culpa.

La aceptación total -de que la causa de mi experiencia soy yo- es perdón. La indefensión es una de las grandes herramientas para llegar al perdón. Es reconocer que no podemos salir de la mente con los pensamientos de nuestra mente. Lo primordial es reconocer nuestras ilusiones (porque no estamos sintiendo nuestra culpa/miedo). Observar los pensamientos, mirar nuestra herida, el sufrimiento, los patrones del ego, examinar las ilusiones. Miramos a nuestras ilusiones hasta donde podemos, sin forzarnos. Luego reconocemos que no podemos dar una solución en la estructura de nuestra mente, porque es la que crea el problema. Reconocemos que no somos el ego. Después viene la indefensión: el lugar para la oración y petición de ayuda: Padre, dime qué pensar, qué hacer, a dónde ir, porque yo no sé nada.

La conciencia trae la sanación. El ego oculta la conciencia con la culpa, creyendo que así  compensa algo. La propuesta del Espíritu santo es que le traigas la verdad de tu mente -la oscuridad- y en lugar de culpa, pongas conciencia. Poner conciencia no es negar. El Espíritu Santo no va a sanar nada que tú no le hayas mostrado. No eres tú quien peca y no eres tú quien perdona. Peca el ego, perdona el Espíritu Santo -a través de ti.

Nosotros queremos salvar a los demás a causa de nuestra culpa. Creemos que porque nosotros tenemos culpa el mundo sufre. La culpa es el modo en que el ego te dice que resuelves el hecho de que no sientes amor. El ego piensa que corrige y cura cualquier cosa. La experiencia diferente es el amor. Es la experiencia nueva que queremos tener y que buscamos a través de las adicciones de nuestra mente -haciendo siempre lo mismo-. En el momento en que tienes una experiencia de amor con una mente humana deja de ser amor -queda aprisionada-. La mente sufre por la separación y busca motivos para amar; entonces ya ha metido al amor en una prisión.
           
Las leyes del mundo -del ego- y las leyes divinas son dos formas de moverse en el mundo. El curso no dice que el mundo no importe. La finalidad del curso es convertir este sueño en un sueño feliz en tu mente. Que esta pesadilla sea un sueño feliz. Que el ego sea intervenido por el amor.

El plan del curso es personalizado. ¿Qué te dice el Espíritu santo a ti? Lo que te inspira a hacer es una metáfora de la salvación, lo representa todo. Como seres conectados con el Espíritu santo -la parte sana de la mente que nos inspira-, lo que te dicte será personal. El Espíritu santo no enseña en la forma, aunque tú actuarás en la forma. El amor pasa por donde puede, por donde te dejas -como el agua.

No es éste un mundo diseñado por Dios para que aprendas (no tiene nada que ver con Dios). Pero en este mundo/laberinto hecho para que estés separado del amor se filtra el Espíritu Santo y lo aprovecha para hacerte salir. Aprovechará lo que te pasa, todo lo que le das, para sacarte del laberinto. ¿Cómo aprovecho yo cualquier cosa que me pasa durante el día, en este momento? ¿Cómo el amor aprovecha eso? No pasa nada hasta que empezamos a ver.

La culpa es el remedio o plan de expiación del ego. No nos defiende ni nos protege. No nos deja reflexionar ni avanzar. La culpa elimina la pregunta, la auto indagación. Te dice que el problema está fuera. O que sientes culpa por ser como eres, lo que equivale a desear estar en otro lugar. Ante esto reconocemos que no podemos hacer nada y nos asentamos en la indefensión.

Reflexiona, observa con ternura hacia ti mismo, sin culpa, con paz y calma. Cuando sientas incomodidad pregúntate: ¿qué he hecho que Dios no hubiera hecho, o qué he dejado de hacer que Dios hubiera hecho? La conciencia es pedir al Espíritu santo o a Dios ver algo con Él, verlo juntos. La santidad te usará a tu manera, con tu vehículo (el ego no quiere que sea a tu manera). Planta un concepto –pregunta- en tu mente espiritual y caliéntalo (no pensándolo con la razón) en tu meditación/silencio para que se abra como una semilla.



miércoles, 11 de enero de 2012

La inspiración

El mundo es un misterio. Es ingenuo tratarlo como si no lo fuera. El conocimiento del que habla el curso trata de que no sabemos nada. Como no podemos afrontar la sensación de no saber, le damos un significado, y creemos que el mundo es tal como lo percibimos. Ello nos deja atrapados en una creencia limitante.

El corazón representa la  conexión con el alma; la mente es el instrumento del conocimiento, y tiene que estar bien afinado para que el corazón sea accesible a la conciencia del alma. Los dos vehículos, mente y corazón, tienen que estar purificados. Podemos tener una experiencia emocional (devoción) o mental (conocimiento) de amor, pero así nos encontramos escindidos de una fusión entre sabiduría y amor. A través de esta enseñanza intentamos unirlos.

El conocimiento debe servir a la inspiración, y viceversa. El conocimiento es lo esencial de lo que queda de nuestra experiencia; lo que hemos comprendido realmente. Saber nos da estabilidad, pero sólo nos ha sido útil por un momento; luego se convierte en una prisión. Este conocimiento debe ser deshecho a través de la inspiración. El verdadero conocimiento sólo nos da la visión del paso siguiente. En el instante santo, sabiduría y amor se hacen uno.

 El misterio –el conocimiento silencioso- requiere cierta energía. La energía se puede transformar en conciencia. Esto se debe hacer a través de la inspiración, entregando la energía al Espíritu santo, poniéndola a su servicio.

Podemos aprender a inspirarnos y usar la energía para transformarla en conciencia, y a ponerla al servicio de algo mayor. Haciendo, desde la rendición, un movimiento hacia la inspiración. La inspiración va a usar nuestro conocimiento. Pero si usamos nosotros nuestro conocimiento, la inspiración no llegará. La inspiración usará lo que sabemos para explicarnos lo que no sabemos. 


Es necesario decir no sé, para luego lanzarse al río. No te lanzas sabiendo, sino  impulsado por el desconocimiento, por el no saber. Lo que te lanza al río es el amor. Le pides que sea Él quien te sostenga, renuncias al yo. Algo así como: yo sólo he hecho esto, y visto honestamente, me arrepiento. Es lo que sabía hacer, y no me conformo. Tiras esto al río, te tiras con ello y te dejas llevar. En el momento de inspiración o instante santo en que te atreves a confiar en la vida, sabiendo que el amor es el río, el pequeño amor que reconoces en ti se funde con el amor y se suma a tu voluntad.

Lanzarse al río significa no resistirse a decir sí a la vida tal como es. Y a veces el río une sus fuerzas a las tuyas y llegas a la orilla. Cuando vivimos siendo inspirados la vida nos sostiene, la vida nos vive. Cuando la vivimos nosotros lo solemos hacer desde nuestra mente/percepción.

Cuando toco la orilla algo florece, ocurre un milagro. La luz ha llegado, y hay que extender el fruto de esa luz -la experiencia-. Debes sembrar el fruto para que eche raíces en ti. Tu función especial, entonces, se te abre. La inspiración se extiende a través de ti, de tus canales creativos, por toda la filiación.

Cuando pones el conocimiento al servicio de la inspiración -los unes-, no te quedas estancado. Puedes convocar el conocimiento de lo que ya sabes, y en esta relación de amor con el conocimiento, la inspiración encuentra cómo llegar a ti. La inspiración es el último paso que da Dios. 

El rezo es un conocimiento. ¿Qué es lo que hace que el rezo tenga efecto? La inspiración. No puedes inspirarte a ti mismo, pero sí puedes confiar (tirarte al río). En la medida en que confías en lo desconocido, en lo que no sabes, en el misterio,  la inspiración llega a ti. Cuanto menos crees en lo que sabes, más fuerza tiene la inspiración. La inspiración hace que la conciencia brille y sea movida por el amor.

Tú no dependes de ti para nada. A veces quieres depender de ti y manejar la inspiración para manipular. En lugar de obligarte a dejar de controlar y con ello generar culpa, puedes dejar que de ahí emerja el perdón.

Hay veces en que te tiras al río y nadas a contracorriente; eso es el miedo a la nada, a no ser nada. Prefieres esta prisión que el misterio del río que no sabes adonde te lleva. El no hacer nada con el conocimiento es lo que nos permite que la inspiración nos utilice. Desde la indefensión, reconociendo que no sé, digo: Padre, dime a donde ir… Porque soy movido por la inspiración. Pero la inspiración utiliza lo que sé. El conocimiento es indispensable.

Cuando yo hago con el  conocimiento de una relación siempre lo mismo para obtener un resultado diferente, parece una experiencia diferente, pero es la misma. Tenemos un conocimiento -lo que nos creemos que somos- que es como una brújula. Con ella buscamos el amor, y aunque sea por caminos diferentes, siempre llegamos al mismo lugar. Porque el conocimiento de lo que creemos que somos está equivocado. El amor es lo único que te ofrece siempre una experiencia diferente con el mismo sabor.

El amor es lo que yo sé de mí -lo real-, mi esencia. En tanto me conozco, conozco el amor -como no conozco lo real de mí, no conozco el amor que soy, el amor de Dios-. Busco el amor con un conocimiento limitado, y llego a algo incompleto y equivocado. Conocemos tan poco de nosotros mismos que el amor se retrae. Y proyectamos nuestra falta de conocimiento del amor en lo que percibimos.

La libertad está donde convergen el amor y la sabiduría. Creer en el conocimiento te da recursos para transformar tu mente, pero se queda en conocimiento, y se invalida si no eres tocado por el Espíritu santo, porque lo usas tú con lo que sabes, y no te lleva. Y el conocimiento devocional del amor queda en una emoción, queda escindido de una parte de la conciencia. Tanto el amor como el conocimiento no son suficientes por sí solos. Cuando vivimos inspirados por el Espíritu santo, conocimiento y amor están integrados.

El conocimiento sólo puede ser usado por el Espíritu santo para que se convierta en un gesto de amor. El conocimiento puede ser manipulado, alimenta o envenena según si la mente está al servicio del amor o no. Cuando confías en tu conocimiento estás perdido. Tus ideas no te van a llevar a la verdad. Si confías en el Espíritu santo –inspiración-, Él te guiará. Al ser inspirado se te dice cómo has de hacer, y se te insufla amor para que lo puedas comunicar. ¿En qué punto entregas tu conocimiento a la inspiración? ¿Para qué puede ser usado?

La inspiración requiere que no sepas nada del amor, que lo poco que sabes de quien tú eres -amor- lo pongas a un lado y digas: confío en el misterio. Es un gesto de entrega, entregas el amor. Con el poco amor que tienes convocarás -serás inspirado- a un amor más grande. Con lo poco que sabes se te va a enseñar lo que no sabes.

Abrirse a un amor más grande es un acto inspirado. Buscar el amor ciego esperando recibir el amor que recibí en un momento del pasado no lo es. El amor ciego no está integrado con el conocimiento silencioso del Espíritu santo.

Necesitamos la confianza en lo desconocido -no es el amor que conozco ni lo que sé del amor- para podernos poner a la orilla del río y decir sí.

martes, 3 de enero de 2012

El amor


Sólo el amor de Dios es la salvación. Y sólo se puede descubrir el amor quitando los obstáculos a su conocimiento.  En la medida en que te conoces a ti conoces el amor, y viceversa. Y una vez conocido, es en lo que te conviertes.

El amor de Dios es una experiencia que lo abarca todo y lo acepta todo tal como es; te recuerda que no necesitas una forma específica de solución, y a la vez atrae la solución perfecta específica. Te deja en una sensación de unión y silencio.

Es necesario que tengamos una experiencia del amor de Dios a través de buscar el instante santo. Es un instante en que nos rendimos ante el amor, es un lugar de comunión con el otro. Aparece en la medida en que te dispones a perdonar. La relación santa es  la expresión del instante santo; es ofrecer la relación al Espíritu santo para que intervenga y se valga de ella para sus fines. Entonces aparece un cambio de propósito radical en esa relación. Te relacionas con el amor a través de tu hermano.

La experiencia del amor no necesita entrenamiento, no necesita nada, sólo pedirla honestamente y con humildad. Cualquier ser de la creación puede experimentar el amor de Dios ahora. Lo único que necesitas para resolver cualquier dificultad es el amor de Dios. Es la visión y la fortaleza.

Nuestras ideas sobre el amor nos confunden,  son un obstáculo. No podemos amar por nuestra cuenta. Un amor humano nunca va a ser suficiente.  El amor de nuestra alma está delimitado  por nuestros canales creativos y de comunicación. Pero podemos pedir una experiencia de amor, sabiendo de dónde partimos  y haciéndolo a un lado.

El curso busca la indefensión; no sabes nada, lo que percibes no tiene significado, no conoces el propósito de nada… Este conocimiento deshace el personaje del ego. Esto es paralelo a una experiencia inmediata que puedes convocar ahora. El entrenamiento es para que en el momento de vacío pidas la mirada del amor, la visión. Si no estás entrenado no lo ves y pides otra cosa. A través del entrenamiento se transforma la mente para que el Espíritu santo se pueda expresar a través de todas nuestras relaciones.

Con la visión del amor podemos ver los conflictos y crecer con ellos. La mirada del amor es fortaleza. Cuando experimentas el amor eres el amor, y no necesitas comprender. Para convocar la mirada de la inocencia o de Jesús tenemos que dejar de ver con nuestros ojos.

Para ir al amor se requiere conciencia y atención. En la atención convocas la presencia, la conciencia, haces lo que se requiere aquí y ahora. En el amor no hay inercia. Hay atención, presencia y disposición a servir. Convocar el amor es servir. Rendirse. El Espíritu santo va a comunicar amor a través de ti por el hecho de rendirte.

La solución es el amor de Dios. Para todo.  Necesitas atención, y pedir sentir el amor de Dios -el milagro o perdón-. Olvídate de perdonar tú.

El milagro es algo en la mente, no en la materia. Pasan milagros continuamente, porque continuamente el ego pone obstáculos al amor. Pedimos el milagro de que los obstáculos desaparezcan. El entrenamiento es para que la mente pida milagros continuamente y se alinee con Dios.  La mente entrenada -la mente en oración- es importante para sostener la experiencia del amor y para expresarla en la vida.

Puedes pedir el milagro de ver e interpretar lo mismo de siempre de otra manera. No pides que cambie algo externo, pides la visión. Cuando eso pasa, ves al otro inocente. La relación especial es transformada realmente cuando proteges al otro de tu ego. Te conviertes en el guardián de la inocencia de tu hermano, y la conservas para él.

El amor transforma el mundo entero. Transforma todo tu pasado. Todo hacia atrás y hacia delante se despeja. Si lo que pides es amor, tiene que pasar -estoy dispuesto a experimentar amor en estas circunstancias-. El resto son consecuencias del amor.

Esta vida es un sueño sin densidad real. Por eso el sufrimiento o la enfermedad no son un camino hacia Dios, aunque los aprovechas. Dios no te da los problemas para que lo encuentres a Él.  Puedes ir a Él directamente. No estamos en un juego divino donde las dificultades nos llevan a casa, sino en un juego macabro que no tiene la pretensión de llevarnos a casa. Vamos a ir a pesar del juego -que nos quiere distraer-. Todo, el ego lo usará para perdernos y el Espíritu para encontrarnos. El Espíritu santo aprovechará lo que hay  para sacarnos del ego.

Una vida de dicha es fruto de tener la mente alineada con la voluntad de Dios -el amor-. Cuando estamos alineados con Dios  nos hemos realizado en la Tierra.
La única función en este mundo es perdonar o corregir errores, es decir, alinearnos con Dios y pedir el milagro. Cuando quieras culpar al otro, pregúntate: ¿esto es amor o es un ataque?

La distancia entre nuestro ego y la realidad ya se salvó. No hay que hacer nada. Sólo hacerse cargo de estar orientado. La percepción siempre es una interpretación de lo que está sucediendo.  Puedes renunciar al enfado, al resentimiento…y decir: Padre, yo me oriento hacia ti.

Cuando te comprometes ante Dios al amor eterno sientes su fuerza siempre igual dentro de ti, es un vínculo sagrado. Nosotros somos la representación de la divinidad. La inocencia está en una frecuencia que no interactúa con el mundo y no puede ser tocada. Dios guarda ese lugar, y tus errores quedan fuera.

Jesús dice: vosotros invitadme a todo lo que hagáis, y todo estará tocado por el amor.
Que tu vida sea una esperanza. Pídelo, inventa tu rezo. Entrégalo todo al Padre. Y escucha.