miércoles, 11 de enero de 2012

La inspiración

El mundo es un misterio. Es ingenuo tratarlo como si no lo fuera. El conocimiento del que habla el curso trata de que no sabemos nada. Como no podemos afrontar la sensación de no saber, le damos un significado, y creemos que el mundo es tal como lo percibimos. Ello nos deja atrapados en una creencia limitante.

El corazón representa la  conexión con el alma; la mente es el instrumento del conocimiento, y tiene que estar bien afinado para que el corazón sea accesible a la conciencia del alma. Los dos vehículos, mente y corazón, tienen que estar purificados. Podemos tener una experiencia emocional (devoción) o mental (conocimiento) de amor, pero así nos encontramos escindidos de una fusión entre sabiduría y amor. A través de esta enseñanza intentamos unirlos.

El conocimiento debe servir a la inspiración, y viceversa. El conocimiento es lo esencial de lo que queda de nuestra experiencia; lo que hemos comprendido realmente. Saber nos da estabilidad, pero sólo nos ha sido útil por un momento; luego se convierte en una prisión. Este conocimiento debe ser deshecho a través de la inspiración. El verdadero conocimiento sólo nos da la visión del paso siguiente. En el instante santo, sabiduría y amor se hacen uno.

 El misterio –el conocimiento silencioso- requiere cierta energía. La energía se puede transformar en conciencia. Esto se debe hacer a través de la inspiración, entregando la energía al Espíritu santo, poniéndola a su servicio.

Podemos aprender a inspirarnos y usar la energía para transformarla en conciencia, y a ponerla al servicio de algo mayor. Haciendo, desde la rendición, un movimiento hacia la inspiración. La inspiración va a usar nuestro conocimiento. Pero si usamos nosotros nuestro conocimiento, la inspiración no llegará. La inspiración usará lo que sabemos para explicarnos lo que no sabemos. 


Es necesario decir no sé, para luego lanzarse al río. No te lanzas sabiendo, sino  impulsado por el desconocimiento, por el no saber. Lo que te lanza al río es el amor. Le pides que sea Él quien te sostenga, renuncias al yo. Algo así como: yo sólo he hecho esto, y visto honestamente, me arrepiento. Es lo que sabía hacer, y no me conformo. Tiras esto al río, te tiras con ello y te dejas llevar. En el momento de inspiración o instante santo en que te atreves a confiar en la vida, sabiendo que el amor es el río, el pequeño amor que reconoces en ti se funde con el amor y se suma a tu voluntad.

Lanzarse al río significa no resistirse a decir sí a la vida tal como es. Y a veces el río une sus fuerzas a las tuyas y llegas a la orilla. Cuando vivimos siendo inspirados la vida nos sostiene, la vida nos vive. Cuando la vivimos nosotros lo solemos hacer desde nuestra mente/percepción.

Cuando toco la orilla algo florece, ocurre un milagro. La luz ha llegado, y hay que extender el fruto de esa luz -la experiencia-. Debes sembrar el fruto para que eche raíces en ti. Tu función especial, entonces, se te abre. La inspiración se extiende a través de ti, de tus canales creativos, por toda la filiación.

Cuando pones el conocimiento al servicio de la inspiración -los unes-, no te quedas estancado. Puedes convocar el conocimiento de lo que ya sabes, y en esta relación de amor con el conocimiento, la inspiración encuentra cómo llegar a ti. La inspiración es el último paso que da Dios. 

El rezo es un conocimiento. ¿Qué es lo que hace que el rezo tenga efecto? La inspiración. No puedes inspirarte a ti mismo, pero sí puedes confiar (tirarte al río). En la medida en que confías en lo desconocido, en lo que no sabes, en el misterio,  la inspiración llega a ti. Cuanto menos crees en lo que sabes, más fuerza tiene la inspiración. La inspiración hace que la conciencia brille y sea movida por el amor.

Tú no dependes de ti para nada. A veces quieres depender de ti y manejar la inspiración para manipular. En lugar de obligarte a dejar de controlar y con ello generar culpa, puedes dejar que de ahí emerja el perdón.

Hay veces en que te tiras al río y nadas a contracorriente; eso es el miedo a la nada, a no ser nada. Prefieres esta prisión que el misterio del río que no sabes adonde te lleva. El no hacer nada con el conocimiento es lo que nos permite que la inspiración nos utilice. Desde la indefensión, reconociendo que no sé, digo: Padre, dime a donde ir… Porque soy movido por la inspiración. Pero la inspiración utiliza lo que sé. El conocimiento es indispensable.

Cuando yo hago con el  conocimiento de una relación siempre lo mismo para obtener un resultado diferente, parece una experiencia diferente, pero es la misma. Tenemos un conocimiento -lo que nos creemos que somos- que es como una brújula. Con ella buscamos el amor, y aunque sea por caminos diferentes, siempre llegamos al mismo lugar. Porque el conocimiento de lo que creemos que somos está equivocado. El amor es lo único que te ofrece siempre una experiencia diferente con el mismo sabor.

El amor es lo que yo sé de mí -lo real-, mi esencia. En tanto me conozco, conozco el amor -como no conozco lo real de mí, no conozco el amor que soy, el amor de Dios-. Busco el amor con un conocimiento limitado, y llego a algo incompleto y equivocado. Conocemos tan poco de nosotros mismos que el amor se retrae. Y proyectamos nuestra falta de conocimiento del amor en lo que percibimos.

La libertad está donde convergen el amor y la sabiduría. Creer en el conocimiento te da recursos para transformar tu mente, pero se queda en conocimiento, y se invalida si no eres tocado por el Espíritu santo, porque lo usas tú con lo que sabes, y no te lleva. Y el conocimiento devocional del amor queda en una emoción, queda escindido de una parte de la conciencia. Tanto el amor como el conocimiento no son suficientes por sí solos. Cuando vivimos inspirados por el Espíritu santo, conocimiento y amor están integrados.

El conocimiento sólo puede ser usado por el Espíritu santo para que se convierta en un gesto de amor. El conocimiento puede ser manipulado, alimenta o envenena según si la mente está al servicio del amor o no. Cuando confías en tu conocimiento estás perdido. Tus ideas no te van a llevar a la verdad. Si confías en el Espíritu santo –inspiración-, Él te guiará. Al ser inspirado se te dice cómo has de hacer, y se te insufla amor para que lo puedas comunicar. ¿En qué punto entregas tu conocimiento a la inspiración? ¿Para qué puede ser usado?

La inspiración requiere que no sepas nada del amor, que lo poco que sabes de quien tú eres -amor- lo pongas a un lado y digas: confío en el misterio. Es un gesto de entrega, entregas el amor. Con el poco amor que tienes convocarás -serás inspirado- a un amor más grande. Con lo poco que sabes se te va a enseñar lo que no sabes.

Abrirse a un amor más grande es un acto inspirado. Buscar el amor ciego esperando recibir el amor que recibí en un momento del pasado no lo es. El amor ciego no está integrado con el conocimiento silencioso del Espíritu santo.

Necesitamos la confianza en lo desconocido -no es el amor que conozco ni lo que sé del amor- para podernos poner a la orilla del río y decir sí.

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