El mundo es un misterio. Es ingenuo tratarlo como si no
lo fuera. El conocimiento del que habla el curso trata de que no sabemos nada.
Como no podemos afrontar la sensación de no saber, le damos un significado, y
creemos que el mundo es tal como lo percibimos. Ello nos deja atrapados en una
creencia limitante.
El corazón representa la
conexión con el alma; la mente es el instrumento del conocimiento, y tiene
que estar bien afinado para que el corazón sea accesible a la conciencia del
alma. Los dos vehículos, mente y corazón, tienen que estar purificados. Podemos
tener una experiencia emocional (devoción) o mental (conocimiento) de amor,
pero así nos encontramos escindidos de una fusión entre sabiduría y amor. A
través de esta enseñanza intentamos unirlos.
El conocimiento debe servir a la inspiración, y
viceversa. El conocimiento es lo esencial de lo que queda de nuestra
experiencia; lo que hemos comprendido realmente. Saber nos da estabilidad, pero
sólo nos ha sido útil por un momento; luego se convierte en una prisión. Este
conocimiento debe ser deshecho a través de la inspiración. El verdadero
conocimiento sólo nos da la visión del paso siguiente. En el instante santo,
sabiduría y amor se hacen uno.
El misterio –el conocimiento silencioso- requiere cierta
energía. La energía se puede transformar en conciencia. Esto se debe hacer a
través de la inspiración, entregando la energía al Espíritu santo, poniéndola a
su servicio.
Podemos aprender a inspirarnos y usar la energía para
transformarla en conciencia, y a ponerla al servicio de algo mayor. Haciendo,
desde la rendición, un movimiento hacia la inspiración. La inspiración va a
usar nuestro conocimiento. Pero si usamos nosotros nuestro conocimiento, la
inspiración no llegará. La inspiración usará lo que sabemos para explicarnos lo
que no sabemos.
Es necesario decir no
sé, para luego lanzarse al río. No te lanzas sabiendo, sino impulsado por el desconocimiento, por el no
saber. Lo que te lanza al río es el amor. Le pides que sea Él quien te
sostenga, renuncias al yo. Algo así como: yo
sólo he hecho esto, y visto honestamente, me arrepiento. Es lo que sabía hacer,
y no me conformo. Tiras esto al río, te tiras con ello y te dejas llevar. En
el momento de inspiración o instante santo en que te atreves a confiar en la
vida, sabiendo que el amor es el río, el pequeño amor que reconoces en ti se
funde con el amor y se suma a tu voluntad.
Lanzarse al río significa no resistirse a decir sí a la
vida tal como es. Y a veces el río une sus fuerzas a las tuyas y llegas a la
orilla. Cuando vivimos siendo inspirados la vida nos sostiene, la vida nos
vive. Cuando la vivimos nosotros lo solemos hacer desde nuestra
mente/percepción.
Cuando toco la orilla algo florece, ocurre un milagro. La
luz ha llegado, y hay que extender el fruto de esa luz -la experiencia-. Debes
sembrar el fruto para que eche raíces en ti. Tu función especial, entonces, se
te abre. La inspiración se extiende a través de ti, de tus canales creativos,
por toda la filiación.
Cuando pones el conocimiento al servicio de la
inspiración -los unes-, no te quedas estancado. Puedes convocar el conocimiento
de lo que ya sabes, y en esta relación de amor con el conocimiento, la
inspiración encuentra cómo llegar a ti. La inspiración es el último paso que da
Dios.
El rezo es un conocimiento. ¿Qué es lo que hace que el
rezo tenga efecto? La inspiración. No puedes inspirarte a ti mismo, pero sí
puedes confiar (tirarte al río). En la medida en que confías en lo desconocido,
en lo que no sabes, en el misterio, la
inspiración llega a ti. Cuanto menos crees en lo que sabes, más fuerza tiene la
inspiración. La inspiración hace que la conciencia brille y sea movida por el
amor.
Tú no dependes de ti para nada. A veces quieres depender
de ti y manejar la inspiración para manipular. En lugar de obligarte a dejar de
controlar y con ello generar culpa, puedes dejar que de ahí emerja el perdón.
Hay veces en que te tiras al río y nadas a contracorriente;
eso es el miedo a la nada, a no ser nada. Prefieres esta prisión que el
misterio del río que no sabes adonde te lleva. El no hacer nada con el
conocimiento es lo que nos permite que la inspiración nos utilice. Desde la
indefensión, reconociendo que no sé, digo: Padre, dime a donde ir… Porque soy
movido por la inspiración. Pero la inspiración utiliza lo que sé. El
conocimiento es indispensable.
Cuando yo hago con el
conocimiento de una relación siempre lo mismo para obtener un resultado
diferente, parece una experiencia diferente, pero es la misma. Tenemos un
conocimiento -lo que nos creemos que somos- que es como una brújula. Con ella
buscamos el amor, y aunque sea por caminos diferentes, siempre llegamos al
mismo lugar. Porque el conocimiento de lo que creemos que somos está
equivocado. El amor es lo único que te ofrece siempre una experiencia diferente
con el mismo sabor.
El amor es lo que yo sé de mí -lo real-, mi esencia. En
tanto me conozco, conozco el amor -como no conozco lo real de mí, no conozco el
amor que soy, el amor de Dios-. Busco el amor con un conocimiento limitado, y
llego a algo incompleto y equivocado. Conocemos tan poco de nosotros mismos que
el amor se retrae. Y proyectamos nuestra falta de conocimiento del amor en lo
que percibimos.
La libertad está donde convergen el amor y la sabiduría.
Creer en el conocimiento te da recursos para transformar tu mente, pero se
queda en conocimiento, y se invalida si no eres tocado por el Espíritu santo, porque
lo usas tú con lo que sabes, y no te lleva. Y el conocimiento devocional del
amor queda en una emoción, queda escindido de una parte de la conciencia. Tanto
el amor como el conocimiento no son suficientes por sí solos. Cuando vivimos
inspirados por el Espíritu santo, conocimiento y amor están integrados.
El conocimiento sólo puede ser usado por el Espíritu
santo para que se convierta en un gesto de amor. El conocimiento puede ser
manipulado, alimenta o envenena según si la mente está al servicio del amor o
no. Cuando confías en tu conocimiento estás perdido. Tus ideas no te van a
llevar a la verdad. Si confías en el Espíritu santo –inspiración-, Él te
guiará. Al ser inspirado se te dice cómo has de hacer, y se te insufla amor para
que lo puedas comunicar. ¿En qué punto entregas tu conocimiento a la
inspiración? ¿Para qué puede ser usado?
La inspiración requiere que no sepas nada del amor, que
lo poco que sabes de quien tú eres -amor- lo pongas a un lado y digas: confío en el misterio. Es un gesto de
entrega, entregas el amor. Con el poco amor que tienes convocarás -serás
inspirado- a un amor más grande. Con lo poco que sabes se te va a enseñar lo
que no sabes.
Abrirse a un amor más grande es un acto inspirado. Buscar
el amor ciego esperando recibir el amor que recibí en un momento del pasado no
lo es. El amor ciego no está integrado con el conocimiento silencioso del
Espíritu santo.
Necesitamos la confianza en lo desconocido -no es el amor
que conozco ni lo que sé del amor- para podernos poner a la orilla del río y
decir sí.
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